La encina de las mil ovejas
Hace muchos años que
nació una pequeña encina, en un fabuloso lugar conocido como el Valle de
Alcudia. Allí estos árboles vivían felices desde siempre, pues era un valle con
mucho agua bajo el suelo, un terreno profundo y fértil donde las encinas
desarrollaban sin problema sus profundísimas raíces. La encinita crecía muy
rápidamente. En tan solo 300 años –las encinas son seres muy viejos que pueden
vivir 600 o hasta mil años- consiguió un tamaño considerable. ¡Tenía el doble
de tamaño que las encinas de su misma
edad! Y era normal pues había conseguido enraizar en un buen terreno. Además,
los dueños de la finca a lo largo de los años le ayudaban a crecer todavía más
cuidándola con cariño.
Así, muy pronto, los
labradores, pastores y caminantes encontraron en la encina un sitio ideal para
pasar la tarde y refugiarse del calor y del frío. Pero los animales, sobre todo
a las ovejas, que todo el mundo sabe que son muy asustadizas, la encina les
daba miedo. Era tan grande que parecía un enorme animal y bajo su impresionante
copa no llegaba la luz. Los rebaños preferían ir a la sombra de otros árboles,
antes que acercarse a la gran encina.
La pobre encina se
lamentaba todos los días: ¡No sé por qué
no se acercan a mí! Pero pronto, el árbol empezó a crecer más lentamente que
las otras encinas y sus abundantes ramas cada vez tenían menos hojas. Esto
resultaba una novedad y la gente del lugar, animales, pastores e incluso las
propias ovejas lo comentaban con extrañeza.
Una mañana de
verano, un pequeño cordero un poco
desobediente y atrevido, se escapó del rebaño y se acercó con cuidado a la
hermosa encina.
-Hola –dijo el
cordero, con cierto temor al árbol – ¿Puedo pasar? Hace mucho calor ahí fuera y
todos mis compañeros están muy apretados debajo de esos pequeños árboles Aquí
tienes mucho espacio –justificó el cordero.
La encina no se lo podía
creer. ¡Por fin alguien que parecía inteligente y hablaba con ella!
¡Por supuesto que
puedes pasar, hace muchos años que os estoy esperando! Mis hojas y mis grandes
ramas necesitan más alimento. ¡Por vuestro miedo tan absurdo me habéis privado
de años de crecimiento! –dijo indignada y enfadada la encina.
El pequeño cordero
no sabía de qué hablaba el árbol. ¿Qué tendría que ver el miedo de las ovejas
con el alimento de la encina? Por eso se atrevió a preguntar:
-Perdona, pero no te
entiendo- dijo con curiosidad.
La encina puso cara
de pocos amigos al ignorante corderillo. Luego recapacitó, pues se acordó de lo
joven que era. Así que se propuso contestar lo mejor que pudiera.
-Cuando tu rebaño se
refugia debajo de una encina, se produce un intercambio entre el árbol y los
animales. El árbol procura refugio en el invierno, guardando al rebaño del frío
y en el verano dando frescos. A cambio, los animales devuelven el favor al
árbol abonando el terreno con sus excrementos. Por esto estoy tan mal, ya que
hace año que ningún animal se acerca a disfrutar de mi sombra –se lamentaba la
gran encina.
El corderillo se
quedó pensativo y un poco triste después de la confesión de la encina.
Rápidamente decidió ayudarles, por lo que le dijo:
-Hablaré con mis
padres y mis hermanos. Convenceremos a todos para que vengan aquí- aseguró
convencido el joven cordero.
El pequeño cordero
salió corriendo en busca de sus compañeros gritando: ¡Es buena la gran encina!
¡Tenemos que ayudarla!
Los animales miraban
boquiabiertos al cordero que no hacía más que gritar y decir cosas raras.
Pronto estuvo rodeado de ovejas curiosas por saber lo que el corderito tenía
que contar. El cordero les dijo que la encina no tenía peligro. Les convenció
de su magnífica sombra y de la amplitud de su copa ¡en la que cabrían todas las
ovejas del rebaño! Además, les explicó lo que había aprendido: la encina
necesitaba los excrementos del rebaño para seguir viviendo.
Así, la encina vio
como un grupo de ovejas más atrevidas se iban acercando hacia ella.
-¡Es un árbol
enorme!- decía una.
-¡Cabe todo el
rebaño y sobra espacio! –gritaba otra.
La hermosa encina
estaba muy contenta. ¡Por fin ya no tenían miedo de ella! ¡Por fin le hacían
caso y su estupenda sombra servía para algo!
La gran noticia se
extendió por todo el valle y nunca más la gran encina estuvo sola. Todos los
rebaños la elegían como el mejor sitio para descansar en sus largos trayectos
en busca de pastos. Gracias a la ayuda del corderillo, la gran encina continuó
creciendo. Su sombra y el buen trato que daba a los rebaños la hicieron tan
famosa que miles de ovejas venían a visitarla. Por eso empezó a ser nombrada
por todo el mundo como la encina de las mil ovejas.
Fuente: Cuentos desde el Bosque. Bosques Sin Fronteras.
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